una muchacha morena de divino corazón
con agraciada voz franca,
volteose para atender mis sueños dorados;
y era Dios lo tenía dentro de mi corazón.
Un extraño detenido
hacia la curvatura celestial
con un mensaje de amor inmenso.
¡Divina Muchacha!
Fue la Luna un fulgor a tus pasos solitarios
con los que yo compuse infortunios mil;
Y pedacitos de tu ser
penetraron uniformemente mi alma vacía
aquellas noches de abril,
y florecieron por ti azules plegarias,
plateados jarales semejantes a la lluvia
y a tus formas imposibles,
que son lo mejor de ti.
Hoy sólo imagino a las olas del mar
y al plenilunio
A tus cabellos sueltos tentadores
entregados a los céfiros retozones,
alfombrados de calor boreal,
con mis dedos migrando a tus pezones
y en tu piel entendiendo el ¿por qué?
de tus facetas dormitadas
...En este letargo que se me aproxima...
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